Este
es el segundo de tres artículos sobre la presidencia de Donald
Trump. El primero fue sobre EEUU en el mundo actual. Este segundo
artículo abordará las contradicciones internas que enfrenta el país
del norte en la actualidad. El último estudiará las relaciones
entre EEUU y América latina.
En
un año el presidente Donald Trump ha tratado, con éxito relativo,
de cumplir con sus propuestas electorales de campaña. Logró nombrar
una cantidad significativa de jueces conservadores en el sistema
judicial. Aprobó una reforma fiscal que redujo los impuestos a las
grandes corporaciones y a los multimillonarios. Va en camino de
aumentar el presupuesto militar en un 10 por ciento (70 mil millones
de dólares). Por otro lado, no ha podido acabar con el programa de
salud de su predecesor ni con las políticas migratorias. En 2018
promete dar inicio a las inversiones de trillones de dólares en la
construcción de infraestructura en todo el país.
La
reforma tributaria mantiene en línea a sus aliados más estrechos:
La clase de los rentistas y empresarios millonarios. Más difícil
será cumplir con sus promesas “populistas” de generar más
empleo, frenar la inmigración de nuevos trabajadores y desmontar las
regulaciones a las inversiones no sustentables.
Cuando
llegó Trump a la Casa Blanca, hace poco más de un año, se encontró
con un país con serios problemas. Aún tiene una economía
estancada, un sistema político que tiene que refundarse y una
cultura que cada vez es más excluyente. La sociedad norteamericana
ha sido sacudida por una guerra civil, depresiones económicas, la
exterminación de pueblos indígenas y un sistema que discrimina
violentamente a sectores sociales por su origen étnico y de clase.
El Estado norteamericano tiene fuertes contradicciones y los sectores
subordinados viven en permanente guerra con una oligarquía
gobernante que logra mantenerse en el poder con una dosis de
persuasión y otra más de represión.
En
la segunda mitad del siglo XX la economía de EEUU, basada en la
producción industrial-militar, creció a tasas superiores al 3 por
ciento anual. A fines del siglo pasado entró en una etapa de lento
crecimiento y el ‘establishment’ buscó fórmulas – tanto en el
interior como en el extranjero – para frenar la caída de la tasa
de ganancias de las corporaciones. Las protestas de los sectores más
vulnerables fueron reprimidas y neutralizadas con la introducción de
un arma usada por los ingleses en China en el siglo XIX: Las drogas.
Mientras
tanto, la política neoliberal impulsó la desindustrialización, que
aumentó el empleo informal y la pobreza. Los cambios provocaron la
‘recesión’ de 2007-08 dejando millones de familias sin vivienda
ni empleo. La crisis golpeó los bolsillos de los trabajadores y de
las capas medias. Además, socavó la sensación de seguridad en
sectores amplios de la población generando descontento con el
sistema político. Como consecuencia, surgieron grupos sociales que
añoraban el pasado destruido por las políticas neoliberales.
En
la presente coyuntura, esta situación se refleja de manera
contradictoria. Por un lado, la protesta se expresa políticamente en
una reacción contra las políticas de globalización (menos empleos)
y a favor de un retorno al pasado. Este sentimiento se cuadró con el
mensaje del especulador de bienes raíces, Donald Trump. El nuevo
inquilino de la Casa Blanca promete revivir el ‘sueño americano’
creando nuevos empleos industriales (aún cuando no sean
sustentables), levantando ‘muros’ contra los inmigrantes y
reprimiendo los grupos históricamente discriminados.
Trump
tiene dos problemas para los cuales aparentemente no tiene solución:
Por un lado, las demandas de los trabajadores, las reivindicaciones
de los excluidos y las aspiraciones de los inmigrantes. Es una lucha
permanente para encontrar la legitimidad del sistema. Por el otro,
Trump tiene que decidir si descarta a los viejos segmentos de la
oligarquía ya improductivos para sumar a los sectores más
innovadores. EEUU experimenta en estos momentos un período de
turbulencia interna que puede generar tres resultados. Por un lado,
al no encontrar una solución a la crisis, puede surgir un régimen
fascista catastrófico (populismo oligarca con una base social que
reivindica el pasado idílico). Por el otro, la consolidación del
‘establishment’ con su proyecto globalizante cuyo resultado final
no es seguro. La otra opción es el surgimiento de un movimiento
social desde las bases que logre promover políticas que generen una
economía incluyente capaz de crear empleos productivos, que
incorpore a los inmigrantes y que supere el odio explícito en la
discriminación étnica histórica.
22
de febrero de 2018.