La política en América latina ha sido sacudida por una
poderosa ola conservadora que se inició en Honduras el 29 de junio de 2009 con el golpe
militar contra el presidente Manuel Zelaya y pocos años después con la destitución
parlamentaria del presidente Fernando Lugo en Paraguay. Después siguieron los fraudes
electorales en México, el golpe en Brasil y el retroceso en Argentina. Desde el
triunfo en la cumbre de presidentes en Mar del Plata (Argentina) en 2005, donde
el proyecto del ALCA de EEUU fue engavetado, hasta la reunión en Lima en abril
de este año (2018), el escenario ha cambiado radicalmente.
Algunos piensan que la política se comporta como la
naturaleza. Sin embargo, no es así. La política no se comporta como las mareas
que suben y bajan como resultado de la atracción de la luna sobre los océanos.
La política es el resultado de las luchas entre los diferentes sectores
sociales que aspiran a proteger o ampliar sus espacios de influencia. A fines
del siglo pasado y a principios del presente, la región experimentó una
creciente participación popular en la actividad política. Como consecuencia,
expresiones políticas progresistas llegaron a dirigir la mitad de los gobiernos
de la región con apoyo popular significativo.
Estos gobiernos tenían en sus manos los planes y los
proyectos que demandaban los pueblos. Los que no tenían era la capacidad para
enfrentar el sabotaje del cual eran víctimas por parte de los sectores más
conservadores (oligarquía) y de los intereses de EEUU que veían con recelo todo
cambio. Con pocas excepciones, todos negociaron y bajaron sus aspiraciones. En
los casos mencionados más arriba fueron eliminados como propuestas políticas.
Han sobrevivido – gracias a la movilización popular – los gobiernos de
Venezuela y Bolivia. EEUU amenaza al primero con una intervención militar cuyo
costo en vidas sería trágica. Al segundo, el Comando Sur de EEUU todavía está
estudiando la estrategia para derrotar un pueblo único - con raíces milenarias
– que está en el poder.
En el caso de Panamá, en 1989 – después de la invasión
militar de EEUU – Washington instaló un régimen al cual le dio la tarea de
poner en práctica las políticas neoliberales Significó la de-regulación radical
de las políticas publicas, la flexibilización de la fuerza de trabajo (crear
una masa de trabajadores informales) y la privatización de todas las empresas
públicas. Después de casi 30 años de un régimen excluyente, a pesar de
condiciones económicas favorables, la estructura social y económica está en
quiebra y el sistema político está a punto de colapsar.
La oligarquía, que se apoderó de los sectores más prósperos
de la economía, no tuvo la capacidad de crear un sistema político que integrara
y ampliara la base participativa. Al contrario, la política excluyente fue
creando un sistema que carecía de los eslabones necesarios para unir a los
distintos sectores sociales. Se oficializó el ‘clientelismo’ como fórmula
política. Los órganos del Estado y los partidos políticos apenas sirven de
pantallas para disimular el poder económico que se encuentra detrás. El
debilitamiento del aparato político desnuda la intervención – sin los
mediadores clásicos - de los sectores económicos más poderosos.
La cooptación de los sectores populares, concentrados en los
sindicatos, gremios profesionales y productores agrícolas, se realiza también
sin mediación alguna. La negociación se hace en forma abierta. La lealtad política
se convierte en una mercancía. Se compran y se venden las curules, las togas e,
incluso, los títulos de dirigentes. Las grandes corporaciones encabezan la
ofensiva, con los políticos de los órganos de gobierno e ideólogos de la
llamada sociedad civil legalizando cada paso.
Los diputados y ministros de Estado no gobiernan, no
legislan y no ejecutan proyectos. Están en manos de los medios de comunicación
que sirven de sus voceros en las disputas. El marco de referencia de las peleas
no es el país o algún proyecto de nación. Ni siquiera hay un referente
ideológico. Los valores conservadores se han vuelto consignas y las propuestas
liberales se reducen a la fórmula de dinero. En su momento – después de 1989 –
los conservadores levantaron la bandera de la democracia ‘excluyente’ reservada
para una elite financiera, blanca y pro-norteamericana. Los liberales – con
poco éxito - trataron de complementar la idea dominante con nociones de
desarrollo. Tanto liberales como conservadores y sus partidos, se han convertido
en cascarones sin eco. Hay dos alternativas. Descubren la salida a la crisis o
sucumben a nuevas fuerzas sociales emergentes.
29
de marzo de 2018.