Este es el tercer y último artículo de una serie sobre la
gestión del presidente Trump en su primer año en la Casa Blanca. Había cierta
incertidumbre con relación a su política frente a América latina. Frente a
México y Cuba seguía la línea trazada en función de su política interna:
Migración de mano de obra barata mexicana y la cuestión cubana. Con relación a
Venezuela, prima el temor en el establishment de perder los ricos yacimientos
de petróleo.
Aparentemente todo se aclaró a principios de febrero de 2018
con la gira por la región del secretario de Estado, Rex Tillerson. Preparó una
adenda a la Doctrina Monroe en preparación de su visita a cinco capitales de la
región. El encargado de dirigir las relaciones exteriores de Washington le dio
coherencia a los múltiples ‘tweets’ del presidente Trump. En primer lugar, dejó
claro que los principios establecidos por EEUU hace dos siglos, estampados en
la Doctrina Monroe, están vigentes: El hemisferio occidental le pertenece a
Washington.
Le envió un
mensaje a China: EEUU es el único ‘predador’ en la región. Señaló que "América Latina
no necesita nuevos poderes imperiales. El modelo de desarrollo que ofrece
China es una reminiscencia del pasado. No tiene que ser el futuro de este
hemisferio”.
En segundo lugar, Tillerson reivindicó el derecho de EEUU de
intervenir militarmente en la región. El llamado ‘poder suave’ de Barak Obama
fue engavetado y salió a relucir el ‘poder duro’. “En la historia de Venezuela a menudo son
los militares que se dan cuenta de que no pueden servir a los ciudadanos... e
intervienen”. Por su lado, el senador Marco Rubio declaró que "el mundo apoyaría a las fuerzas armadas de Venezuela si deciden
proteger a las personas y restaurar la democracia mediante la eliminación de un
dictador ".
En tercer lugar, el secretario de Estado reactivó la OEA y
logró aprobar una resolución diplomática contra Venezuela. Le dejó al Grupo de
Lima la tarea de agitar la consigna de la intervención militar en Venezuela.
EEUU tiene tres planes de contingencia para deshacerse del
proceso revolucionario bolivariano. Plan A: Promover un golpe militar desde
adentro llamando a un levantamiento del Ejército Bolivariano. Plan B: Movilizar
los ejércitos de Colombia, Perú y Brasil (con el apoyo logístico de Panamá,
Holanda y Argentina) para copar las fronteras venezolanas. Plan C: Lanzar a las
fuerzas aéreas, navales y terrestres del Comando Sur en un ataque ‘total’
contra Venezuela.
En
Colombia EEUU tiene nueve bases preparadas para atacar. Hay dos bases militares del Comando Sur en las comunidades de Vichada
y Leticia, en el Amazonas. Estas forman un arco con las de Palanquero y
Tolemaida (altiplano). Otras en Malambo, (costa atlántica), Apiay y Larandia,
(llanuras orientales), Saravena, (en el río Arauca) y por último, en la Bahía
Málaga (costa del Pacífico). Además,
en el cerco hay tropas de asalto de EEUU en Aruba y Curazao, que opera con la
base de Palmerola, Honduras.
En la década de 1970, EEUU aplicó el Plan A en Chile,
derrocando el gobierno de la Unidad Popular y asesinando al presidente Allende.
En la década de 1980, activó el Plan C y el Comando Sur invadió a Panamá
poniendo fin al régimen militar del general Noriega. En el siglo XXI introdujo
una modalidad nueva dando ‘golpes’ parlamentarios en Paraguay y Brasil.
Tillerson mostró todas las cartas que tiene en la mano el
presidente Trump en su juego con América latina. Por un lado, la decisión de
intervenir, incluso usando la fuerza militar para proteger sus intereses
estratégicos (energía). Por el otro, rechazar las intenciones de Pekín de
establecer una relación comercial dominante con América latina. Sin embargo, a
Tillerson le faltó presentar la otra mitad de la ecuación: ¿Qué ofrece EEUU a
cambio? Las oligarquías latinoamericanas dependen de Washington para mantenerse
en el poder. En los últimos 200 años exportan mano de obra barata y materias
primas al mercado norteamericano y, en cambio, reciben armas y asesoría
militar.
En Texas, el secretario de Estado ofreció los valores que
supuestamente comparte EEUU con la región. No serán suficientes. Las
oligarquías de la región tienen que negociar con los otros sectores sociales
que también tienen intereses. Todo indica que las relaciones entre ambas
regiones se encuentran en una encrucijada: ¿Aprovechará China la coyuntura?
¿Aprovechará América latina la oportunidad para independizarse? ¿Cambiará EEUU
su crónica de una estrategia fracasada?
1 de marzo de 2018.
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