A diferencia de los gobiernos de EEUU que lo antecedieron en el siglo XX, el presidente Trump no está al servicio del establishment financiero que controla la distribución del capital (los excedentes del sector productivo) y de su burocracia que administra las relaciones sociales de dominación (el Estado). Trump es vocero de un sector minoritario de la oligarquía norteamericana que pretende recuperar parte o la totalidad del poder político que ha estado perdiendo en forma consistente después de la II guerra mundial. El enemigo de Trump es el establishment.
Entre
1895 y 1990 por cada dólar invertido en el sector productivo (industria y
agricultura) se invertían 18 centavos en activos fijos, procesos de fusiones y
absorciones. A partir de 1990 por cada dólar invertido en impulsar la economía
productiva, las empresas en EEUU gastaron 68 centavos destinados a procesos de
reestructuración y concentración empresarial. Como consecuencia, en los últimos
veinticinco años la cuota de mercado de las 100 mayores multinacionales del
mundo se duplicó, pasando del 9% del total mundial en 1990 al 21% en 2017.
En las elecciones de 2016 Trump logró organizar una campaña
político-electoral que primero le permitió secuestrar al Partido Republicano
(en agosto) e, inmediatamente, conducir al partido de Lincoln a un triunfo
electoral sorpresivo (en noviembre) que lo llevó a la Casa Blanca (en enero de
2017).
El enfrentamiento entre las dos fracciones del capital
norteamericano es asimétrico. El sector más poderosos del establishment, que
controla el capital financiero, no sólo sirve de pivote para las inversiones
dentro de la economía norteamericana, también ha construido una red global que
incluye Europa, pretende incorporar a China y, además, controla la periferia
del sistema capitalista, que incluye América latina.
Según Krugman, Trump representa sectores importantes del gran
capital industrial, de bienes raíces, agroindustrial y energético. Para
equilibrar la asimetría en lo político, Trump logró alinear sectores
importantes de la clase obrera empobrecida de EEUU y sectores que aún conservan
una ideología conservadora (el “Tea Party”) así como los resentidos racistas.
Para debilitar al sector financiero en el plano internacional, Trump, por un
lado, se acerca a Rusia y, por el otro, le declara la guerra comercial a China.
Donald Trump se enfrenta a elecciones parciales la próxima
semana. Los resultados de las elecciones en la Cámara de Representantes de EEUU
(450 curules), programadas para el martes 6 de noviembre, abrirán nuevos
escenarios que afectarán el futuro inmediato de ese país y del mundo. Está en
juego la presidencia de Donald Trump. Si el Partido Republicano conserva su
mayoría en el Congreso, se desatarán un conjunto de procesos promovidos por la
Casa Blanca. Si pierde, se producirán otros eventos, algunos predecibles y
otros menos.
¿Qué pasa si el partido de Trump gana en 2018? Lo más
probable es que en 2020 triunfe en las elecciones presidenciales programadas
para ese año y siga en la Casa Blanca hasta 2024. También existe la posibilidad
de que intente eliminar la enmienda numero 25 de la Constitución de EEUU que
impide que el jefe de gobierno ocupe esa posición por más de dos períodos. Esto
significaría en el plano internacional un fin de la ‘globalización’ que
pretendía acabar con las fronteras y dejar establecido un gobierno mundial
controlado por los centros financieros y el poder militar de EEUU. En su lugar,
algo igual de pernicioso, Trump contribuiría a consolidar el poder económico y
militar – y cultural – centrado en EEUU convirtiendo el resto del mundo en sus
‘vasallos’. Los vasallos serían sus aliados tradicionales, igualmente sus
contrincantes – residuos de la guerra fría -
así como la periferia.
Esta posibilidad crea un escenario de conflictos sin
precedente. Trump cree estar en condiciones de enfrentar al mundo y derrotarlo,
utilizando sobre todo su enorme poderío militar. (El 70 por ciento de todos los
gastos militares en el mundo se concentran en EEUU).
Si las elecciones de la próxima semana en EEUU no favorecen
a Trump, puede tener la seguridad que no podrá reelegirse en 2020. Además, es
probable que no llegue a 2020 como presidente. La Cámara de Representantes
iniciaría en 2019 un juicio (impeachment) para destituirlo. El Senado
actuaría como jurado ante las denuncias de la Cámara. En un escenario de este
tipo pueden darse sorpresas. Sin embargo, lo más probable es que la maquinaria
del ‘establishment’ logre apaciguar cualquier sector con ideas fuera del
contexto constitucional.
1
de noviembre de 2018.
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